viernes, 18 de julio de 2008

¿La tienen más larga los súbditos de Bruce?

(tenía que pegar este post... jajaja)

Es vox pópuli: los fans de Springsteen creen que la tienen más larga que los demás.
¿Con motivo o pura sugestión? ¿Será que apenas escuchan otras cosas? ¿Qué les da en directo el Presidente Bruce para provocar tal ebullición genital?
Visto el concierto/convención de la Nación Springsteen anoche en Madrid, una cosa bastante impresionante, recapitulemos. He aquí el manual del Presidente en cómodos fascículos:
Intensidad máxima. Cada canción se interpreta como si fuera la última. El concierto empieza a terminarse en el minuto uno. A un climax le sucede otro, y sólo se permiten dos descansos de 30 segundos en tres horas. El resto ha de ser abrumadoramente torrencial. Y lo es.
Himnos en cadena. Da igual que tres cuartos de Humanidad piense que demasiadas de sus canciones parecen la misma: cuando de temperatura emocional se trata, el material funciona aunque sea a base de convicción. Incluso lo más coñazo. Y si se atisba monotonía, el tipo encadena 'Born to run', 'Bobby Jean' y 'Dancing in the dark', y sanseacabó.
Despliegue energético. Bruce va de EPO hasta las cejas, estoy seguro. Ni Mick 'Nasarre' Jagger, el yonqui de la soja, llega a tal nivel en escena. El cúlmen: carrera de lado a lado del escenario y al suelo sobre las rodillas. Yo sería incapaz. Tú también. Ayer pareció que Bruce iba a petar a mitad de carrerón, pero lo hizo. 58 tacos. Acojonante.
Juego de personajes. El tío hace de maridito hogareño con Patty Scialfa, de colega juerguista con Steve Van Zandt, de novio acaramelado con la habitual espontanea con la que baila (ayer, una muchacha pospúber de trencitas, truhán), de amigo del alma con Clarence Clemons, de vaquero solo ante el peligro... Muchos Springsteen distintos, un solo Bruce verdadero.
El 'efecto Shakira'. Lo llamo así después de ver a esa brujilla en Rock in Río el otro día. Springsteen hace exactamente lo mismo: actúa como para una sola persona, y cada uno de los 60.000 que tiene delante piensa que es él. Sabe que cada centímetro de su cuerpo comunica durante esas tres horas. Y lo usa. Todo. Eso tiene un nombre: animal de escenario.
El mitin. Bruce, que cumple escrupulosamente la ley de banderas -ayer, una española y otra yanqui coronaban el escenario-, es algo más que el Presidente de la Nación Springsteen: es el guardián de las esencias de Occidente, del New Deal, de la Carta de Derechos de la ONU y de la bondad universal y tal. Ayer tocó arenga sobre los derechos humanos, y un "tenemos que luchar" leído en español. Amén.
La iglesia. La fe en Bruce -quien lleva una cruz por pendiente- mueve montañas, y varios momentos de éxtasis gospeliano salpimentan el show. En el más tronchante, antes de 'Mary's place', el reverendo pide a los fieles que levanten las manos y sientan "el espíritu". Sólo falta el "tocad la pantalla" de los telepredicadores. La respuesta de la masa, sobrecogedora.
El karaoke. Servidor vio el show ayer en la arena, a 30 metros justo frente a Bruce, y allí el sonido era malo por gaseoso: bajos saturados, agudos estridentes, una gran bola. No importó: el karaoke es generalizado. Bruce arenga 15 veces por minuto al personal a cantar, y los lo-lo-lo se suceden. El Jefe incluso deja a sus subordinados/público que rasgueen la guitarra en alguno de sus baños de masas. Dejad que las ídem se acerquen a él.
El culo. Sí, el culo. Me lo dijo mi madre la primera vez que lo vio en directo: "Vaya cuerpazo que tiene este tío, ¡y vaya culo!". Desde entonces me fijo. Y es verdad, el cabronazo mueve bien el culo. Seguro que en algún tema flojo parte del electorado se queda en el culo, y hala.
La televisión. Un concierto en un estadio es como besar a alguien por móvil: como que no. Por eso, para los que están en el quinto huevo, las pantallas son fundamentales, y Bruce no deja de guiñarles el ojo. Por momentos toca para las cámaras. Además, la banda esboza una pequeña sitcom, cantando por turnos en 'Out on the streets', y con el sofacito de Clemons sobre las tablas.
El careto de Bruce. Música aparte, el suelo del show es el careto de Springsteen, y más concretamente esa expresión tan suya como de rabia infinita o estreñimiento terminal, una de dos. Puede estar tocando cualquier chorrada de tema: ves ese jeto y, caramba, como poco impacta.
'That's entertainment'. Por momentos el escenario, sobre el que terminan 12 músicos, parece una verbena. Bruce ensaya golpes como de boxeo, se lanza sobre la gente, juega al hula hop haciendo girar su guitarra alrededor del cuello... La banda va de circo: el brutal Nils Lofgren, por ejemplo, se marca un solo salvaje dando vueltas como una peonza a toda caña. Puro entretenimiento.
El amor. Porque sí, amigos, lo que en realidad Bruce da a sus niños es amor. El suyo es un macroconcierto afectivo. Amor de clase media, basado en su autenticidad sin trampa ni cartón, y en una entrega a prueba de bomba. Snif. Me emociono.
Ya no sé qué más decir. Algo tendrá el agua cuando la bendicen. Y esta va a llenar en cuatro días el Bernabéu y el Camp Nou (dios mío: ¡dos veces!). Pereza, sí, pero la cosa tiene tintes históricos. Que los medios nos hemos pasado un poco dando la tabarra con Bruce, pues seguro...
Pero es vox pópuli: los fans de Springsteen piensan que la tienen más larga que los demás.
¿Tienen motivos? Bueno, ellos creen que sí. Y eso probablemente es lo único que importa

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